Lejos
del camino, nos adentrábamos en el bosque. Mi mano derecha se aferraba a la
lanza. Necesitábamos cazar. Algo se movía entre unos troncos. Excitado, detenía
mi andar para poder inspeccionar. Sin embargo el caballo no paraba de
avanzar. A diferencia de nosotros, él tenía comida en cantidad. Sujetando su
cola lograba aquietarlo. A unos cincuenta metros había un mamífero. Su cuello
era robusto, su hocico muy agudo. Tenía pelaje tupido, color marrón. Estábamos
en presencia de un jabalí. Mis labios se ensalivaban. Si el gato maullaba,
nuestra caza se frustraba, pero para el bienestar de nuestros estómagos no
decía ni miau, tal vez porque, como yo, ya olfateaba la oportunidad.