— ¡Por favor, Sofía, despierta ahora mismo! —zamarreaba sus hombros—, ¡sucede
algo insólito!
— ¿Qué, cómo? —abría los ojos, pestañeando.
— ¡Allá mismo hay un mono extraño!
El mono araña saltaba de un lado a otro, asiéndose a las ramas con sus
largos brazos musculosos. Su cola prensil le añadía esplendor a cada salto
acrobático. Contemplar sus movimientos era un espectáculo. Su desmesurada habilidad nos dejaba atónitos. No estábamos en un zoológico, sin pesar
gozábamos los encantos de un bosque mágico. El gato Astor se había parado, maullando.
Por su parte el niño indio se iba despertando. Me daba la impresión de que
tenía los ojos pegados. Le oíamos decir algo, lo ignorábamos, los colosales
saltos del mono nos habían cautivado. No teníamos nada, más que la ropa puesta
y los estómagos enojados. Nuestro futuro era incierto, sin embargo la
naturaleza nos estaba maravillando.