El mono se estaba soltando, la rama se iba inclinando, su peso ya no
podía soportarlo, pero seguían tomados de la mano. Cual hoja marchita se
desprendía de la rama para amortiguar el impacto en sus brazos levantados. Mi
mona lo sujetaba, con tanta entrega que me hacía sentir un extraño, sin embargo
estaba tambaleando, con el mono en sus brazos caían al pasto. Se estaban
abrazando, jugaban a algo, yo estaba asombrado, mi chica había conquistado a un
primo lejano. O el mono la había enamorado. Encima se estaban besuqueando.
Parecían amantes apasionados. Me sentía un primate marginado. Desgraciadamente
seguía contando con cinco dedos en cada mano, los estaba contando.