Arruando
cual cerdo intimidado, la bestia salvaje arrimaba su enfado. Estaba aterrado,
su castigo era inminente. El pánico me paralizaba. Como podía, me
arrodillaba. Manoteando la tierra buscaba mi lanza. La tocaba. Todo sucedía con
una lentitud que arrollaba. Cuando finalmente lograba sujetarla, el gato sorprendía
a mis espaldas abalanzándose sobre su jeta alargada. Mi cuerpo temblequeaba.
Cabeceo mediante el jabalí lo expulsaba. Astor volaba. Oyendo sus maullidos de
espanto, retrocedía hasta una planta. La bestia asesina me clavaba en los ojos
su mirada llena de rabia. Sus colmillos me revolvían la panza. No tenía sentido
huir como una rata. Apuntándole la lanza, buscaba amedrentarlo y avanzaba.