sábado, 11 de junio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #180)


Despertaba, unos tímidos rayos solares acariciaban mis pómulos. La suavidad de su roce tempranero me hacía presumir que los primeros albores de la mañana estaban llegando. Astor, el gato manso, seguía echado a mi lado, reposando, como si un desmayo lo hubiese tendido en el pasto. Girando el cuello confirmaba la presencia de mis compañeros. El sueño profundo en el que estaban sumidos atrapaba sus pensamientos y los mantenía cautivos. En la mejilla de Sofía descansaba la manito derecha del niño. Con la otra sujetaba su cintura. Contemplar sus cuerpos dormidos en una posición tan cariñosa y llena de afecto enternecía a cualquier bicho. Repentinamente me parecía detectar la figura fugaz de una cosa desplazándose hacia un árbol cercano. Se había ocultado detrás del tronco, frente al pino inmenso que nos ofrecía cobijo. La piel de mis brazos se iba erizando. Me incorporaba, despacio. No procuraba desasosegarlos. Podían entrar en pánico y ni siquiera sabía si se justificaba levantarlos. En el suelo había un palo. No dudaba en agacharme para cogerlo. Con el palo en mi mano derecha acortaba distancia con el árbol, a paso lento, como un puma hambriento.