lunes, 6 de junio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #178)


Nuestras gargantas ardían de sed, padecíamos un hambre bestial, como si en los estómagos nos dieran punzadas sin piedad, de más está decir que necesitábamos comer y beber a la brevedad, pero estábamos extenuados, entonces nos echamos a descansar, debajo de un pino inmenso que se perdía de vista en la imponente oscuridad. El día había sido agotador. No nos importaba bajar de peso si aún podíamos respirar. El niño indio se había aislado, era por eso que descansábamos en la más absoluta soledad, aunque custodiados por el gato manso y una luna muy vistosa que apenas se dejaba acosar. Con mi brazo derecho cubría su pecho, protegiéndola de los fantasmas y todas esas cosas que nos hacían mal. La deseaba, quería hacerle el amor, sin embargo me avergonzaba no poder satisfacer su apetito sexual. Ella también estaba cansada, se le cerraban los ojitos y ya balbuceaba al hablar. Pernoctábamos como dos perezosos, esos mamíferos que se dejan caer de los árboles con una parsimonia que puede llegar a desesperar. A mis espaldas reposaba Astor, nuestro gato jabato. Se lo oía ronronear. Por supuesto desconocíamos el paradero del caballo holgazán. Nada ni nadie podían impedir que nuestra vigilia cediera ante la arrolladora fuerza del sueño voraz, y soñamos, como personajes imaginarios de un pintor que ahora no llego a recordar.