Me
sentía un perro de caza, no vacilaba, poco a poco lo intimidaba. La bestia
gruñía, desaforada. Pese a su bravura, no atacaba. Sus colmillos no me
amilanaban. Yo tenía hambre de días, estaba dispuesto a todo con tal de echarlo
a las brasas. Tan sólo necesitaba perforarle la panza. 1, 2, 3, contaba en
silencio, y sin pensarlo disparaba la lanza. Sus reflejos habían logrado que el
filo del palo no diera de lleno en la pata. Se desprendía, en un suspiro mi
lanza era pisoteada por la bestia desgraciada. No lo podía creer, la bestia volvía
a gruñir, endiablada. Lentamente acortaba distancia con su mirada llena de
rabia. La pata le sangraba. Desesperado me volteaba para correr en dirección a
la nada. El apestoso jabalí quería venganza, oía sus zancadas, machacaban mis
esperanzas. Mi vida peligraba, lo único que importaba era correr, esquivando
ramas enmarañadas.