Intentaba
apartarme del caballo, también del gato, pero empecinados seguían mis pasos. El
jabalí merodeaba frente a mis ojos. Con su hocico alargado buscaba algo. Al
acecho levantaba mi lanza, con la mano derecha más allá del hombro. Nunca en mi
vida había arrojado un palo. Me sentía confiado. Mi paso lento se iba acrecentando.
Tan sucio estaba que me camuflaba con los troncos. De un árbol a otro me iba
acercando. Nos distanciaban diez metros. Tal vez menos. Tenía que pensar una
táctica. Si me acercaba demasiado podía espantarlo, entonces lo sorprendía
corriendo con la lanza en alto. A unos cinco metros de mi presa tropezaba con
la raíz de un árbol. Mi cuerpo caía al pasto. Una hoja seca se metía en mis
labios. El jabalí reaccionaba contraatacando. No tenía fuerzas para levantarme
y encima la lanza se me había soltado.