sábado, 4 de junio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #175)


Con una potencia inverosímil, el potro penetraba la esfera de mieles frenéticas. Me sentía un astronauta, expulsado a la nada en una bicicleta. El cerco de abejas se estaba acercando, o nosotros acortábamos distancia, porque los aguijones ya rozaban mis brazos. Me dejaban marcas en la cara, me daban bofetadas. Entre tanta confusión suscitada, estiraba mi brazo derecho en el afán de tocarlo. Necesitaba hallarlo. Y ahí estaba Erchudichu, nuestro zángano tan amado, suspendido en el aire cual filamento, indefenso, resistiendo a la desaparición, como un valeroso león, a la espera de un milagro que Sofía daba por realizado, porque sorpresivamente inclinaba su torso y con la derecha lograba manotearlo, con una ligereza que hasta me dejaba asombrado. ¡Santa princesa de mis sueños más deseados, había logrado sujetarlo!, y yo seguía con el brazo caído, colgado del lomo sudado, tan maravillado como turbado. Ringo volvía a penetrar la corona de insectos, esta vez para traspasarla y ponernos a salvo. Efectivamente lo estaba logrando: las humilladas abejas desarmaban su ejército, apabulladas por cinco corazones, latiendo sentimientos.