El sol se hacía esperar, sin embargo mi brazo derecho le ordenaba a mi
cerebro que debía despertar: entre nosotros había un bulto, chiquitito, del
indiecito, que acurrucado me daba la espalda con una indiferencia brutal. Un
puñado de grillos orquestaba sus chirridos en la vasta oscuridad. Para nuestro bienestar
no eran criaturas alienígenas. Merecíamos soñar. Cerré los ojos y ya no recuerdo
más.