Nuestro
caballo ya no trotaba, galopaba como un titán embravecido. Con mis piernas
presionaba su vientre, evitando ser despedido. Por cierto una caída frustraba
mi objetivo. “Float
like a butterfly, sting like a bee”, invocaba por dentro a su espíritu. En
cambio Sofía se sujetaba a la cintura del indiecito, mientras
éste chillaba enfurecido. Si uno caía, caíamos. Al pobre Astor no lo veía, pero
los gatos cuentan con garras, y son apuestos, y además tienen siete vidas. Restaban
quince metros, diez, necesitaba concentrarme en mi objetivo.