Recorrer
el camino del indio era un riesgo, era por eso que a unos cien metros del punto
de partida detenía mis piernas, forzando la quietud de mis compañeros, que
metros atrás me seguían, en una hermandad nunca vista. El inesperado camino del
corredor indígena me cautivaba hasta las tripas, pero tenía nervios. ¿Y si ese
indio era malo? Podíamos morir descuartizados. Con mucha suerte Sofía hallaría
nuestros restos para llorar hasta el final de sus días. Una horrorosa sensación
de desamparo me afligía con vehemencia. Encima la mirada lánguida del gato me
daba pena. Girando, retrocedía. Conmigo arrastraba a mis hermanos, que por
cierto ya llevaba en las venas. Exploraríamos el bosque de los sortilegios
entre troncos y malezas, pero jamás por el camino del Inca.