—Estamos en la pampa, ¿cómo es posible que haya un mono en estos pagos?
—me cuestionaba, agarrando mi antebrazo para no soltarlo.
—Lo mismo me pregunto y no puedo justificarlo. Hay seres extraños, los
insectos se han agigantado... ahora irrumpe en nuestras vidas un primo lejano.
El primate seguía saltando, ningún obstáculo lograba aquietarlo, como
si quisiera exhibirnos su destreza en el difícil arte acrobático, o tal vez
para impresionarnos, pero tan veloz como un látigo se hacía a un lado,
parado en una rama que por cierto estaba vibrando. Su larga cola se enroscaba
alrededor de una rama que sobresalía del árbol. Si tronchaba la madera en la que
estaba parado, terminaba colgado. El gato Astor frotaba la barbilla contra mi calzado.
Me inclinaba para alzarlo. Cual bebé se acurrucaba entre mis brazos. Pobre titán,
estaba agitado. Nadie esperaba la aparición del mono extraño, ni siquiera el niño, que con incomprensibles mensajes se desgargantaba, ladrando.