Sorpresivamente
hallaba sosiego para mi ánimo. Levantando la mirada descubría que todas las
ramas se habían encorvado. Me aliviaba saber que las raíces se habían retirado.
Todo se había normalizado, pero de pronto comenzaba a oír sonidos extraños. Y
con esos sonidos irrumpía desde el hoyo un ser misterioso. Medía no menos de un
metro de ancho. Parecía un tallo. Era verdoso. Una inmensa flor espinosa salía
de la tierra para dejarme impresionado. Su boca era tan grande que si quería
podía engullirme de un bocado. Se arrastraba por la superficie como una
iracunda serpiente dominada por el odio. Parte de su tallo seguía enterrado en
el hoyo. Estaba muy nervioso. El montículo de tierra que alojaba mi cuerpo se
estaba desmoronando. Me había arrodillado. Repentinamente la tierra se abría y
con ella caía al pozo. Manoteando el tallo evitaba caer en las profundidades del hoyo. Con la poca fuerza que me quedaba trepaba por el tallo. Era
bastante pegajoso. Sacando la cabeza del hoyo le echaba un vistazo. El monstruo
se desplazaba en dirección a mis ojos. El sudor me mojaba todo. Apoyando los
codos en la superficie lograba sacar medio cuerpo. La planta tenía pinzas
espinosas. El miedo entumecía mis miembros. Mi mente quería mover las piernas
pero los pies seguían quietos. Son esos instantes en que uno se siente un
estorbo. Mi reacción se limitaba a un silencio estólido.