Esas
cosas maléficas me cercaban desde todos los recovecos que presentaban los
troncos gigantescos. Avanzaba unos pasos pero retrocedía, padeciendo el asedio.
Estaba aterrado. No me atrevía a enfrentar los miedos. Prueba de ello era el
chorro de orina que recorría mis piernas entumecidas. Huir era una
imposibilidad lastimosamente cierta. No tenía otra alternativa que buscar el
centro de la superficie para de esa forma ganar tiempo y ralentizar la
embestida violenta.