Ringo
me había rescatado. Los amigos pueden ser fuertes cuando uno no puede serlo. La noche victoriosa caía sobre nosotros. En aquel bosque todo era un
obstáculo, pero yo seguía cabalgando, subido al lomo de un potro tan leal como
mi gato. Echando mi pecho en el cuello del caballo cerraba los ojos, librando mi
destino a los cascos de ese equino que en buen momento ya consideraba un
aliado.