domingo, 10 de julio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #215)


Mi caballo resoplaba de cansancio. Interrumpía mi descanso. El músculo de la pantorrilla izquierda se me había acalambrado. Me mordía los labios. No se veía casi nada pero había troncos y ramas por todos lados. Con cuidadoso esmero abandonaba su lomo sudado. Un paso en falso podía costarme un nuevo calambre, indeseado. Con mis dedos delgados recorría su cuello encorvado. Sus orejas tiesas me hacían a un lado. Finalmente había aprendido a quererlo, o él se dejaba querer, que no siempre es lo mismo. Era un tanto tozudo pero me había salvado. Repentinamente oía voces humanas. Se acercaban desde algún lado. La noche nos escudaba pero los relinchos de Ringo podían exponernos a riesgos innecesarios, en un bosque que por cierto desdeñaba todos los límites determinados. Sonaba un maullido. Mi corazón latía a un ritmo vertiginoso. De pronto arribaba la voz de mi amada. Me estaba nombrando. ¡Acá estamos!, exclamaba yo con entusiasmo. Se la oía conmovida. Atravesando ramajes buscaba sus brazos, ansiando fundirme en su abrazo tan deseado. Una borrasca de viento tibio me daba en la cara. Erchudichu sobrevolaba mi frente transpirada. Su inconfundible zumbido me indicaba que estaba encaminado. En la oscuridad relucían los ojitos de Astor. No podía confundirlos. Después de muchas horas volvía a dibujar una sonrisa en mi rostro demacrado. Se oían los chillidos del mono. Parecía mentira, Ringo no sólo me había salvado sino que además me devolvía todo aquello que creía extraviado. Astor estaba ronroneando. Arrodillándome en la superficie aguardaba el contacto. Necesitaba tocarlo. Con sus garras rasguñaba mis brazos. ¡Había temido perderte!, expresaba aliviado. Alguien se estaba acercando. Un sinnúmero de luciérnagas giraban alrededor de sus brazos, desprendiendo una luz fosforescente que lentamente resaltaba sus labios. Era el indiecito, venerando algo sagrado. De pronto se hacía a un lado y como en un cuento mágico reaparecía Sofía, con las manos en el pecho y esa sonrisa tan bella que hasta el día de hoy me sigue embelesando.