Concentrando
en su cuerpo tieso, ubicaba mis piernas detrás de sus largos caninos asesinos. Estaba
muriendo, aun así de un mordisco podía arrancarme un miembro. Elevando la
piedra con mi mano derecha juntaba coraje para terminar con su sufrimiento. ¡Diablos,
no podía hacerlo! Cabizbajo retrocedía pensando en lo que estaba haciendo. Las
lágrimas recorrían mis mejillas. Me sentía un asesino, sin embargo mi estómago famélico
me incitaba a hacerlo. De pronto oía un zumbido muy intenso. Una fuerza déspota
me abalanzaba sobre su cuerpo yerto. La bestia finalmente moría de un golpe
seco en la cabeza.