jueves, 26 de mayo de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #160)


El peor escenario estaba sucediendo: la rama se partía al medio como un yeso. ¡Agarrale la cola!, le exigía con los nervios revueltos, sujetando con fuerza la tráquea del reptil diablesco. La rama caía al vacío. Una vigorosa sensación de alivio recorría mi cuerpo: Sofía colgaba de la serpiente como un péndulo. Oscilaba hacia un lado, y luego hacia el contrario, con cara de miedo, pero en su rostro veía a mi madre, me sentía un niño apretujando una foto entre los dedos inquietos. La foto escapaba de mis manos, cual jabón escurridizo perseguía caer al suelo. Una repentina energía fortalecía mi espíritu. Sentía su fuego. Ya no podía soltar la serpiente, como si un enchufe electrificara todos mis miembros. No oía nada, tan sólo ¡VAMOS! Por primera vez percibía el roce de sus dedos, temblorosos y tibios me acariciaban muy lento. Se aferraban a mis muñecas, las uñas filosas dejaban su huella. Cerraba los ojos. Respiraba hondo. Olía su perfume. El perfume me traía recuerdos. Al abrirlos advertía que Sofía caía rendida a mis brazos. La luz del atardecer se estaba desplomando. Por esas cosas de la vida la serpiente nos estaba enroscando, apretujaba nuestras cinturas como si fuéramos su alimento. Tan sólo éramos dos cuerpos, con sentimientos. ¡Te quiero!, declaraba ella, mientras sus manos recorrían mi cuello. Le hablaba sin hablarle. Nuestros labios se rozaban. Los besos, escapaban. Atravesábamos ese bendito momento en que uno ya sabe que los besos no pueden ser evitados. Nada ni nadie podía separarnos. Ni siquiera la serpiente que continuaba apretujándonos. Se oían ronroneos. Desde alguna rama el gato perseguía desencadenarnos. Lo ignorábamos. Aislados de todo, seguíamos ensimismados. Tan sólo quería amarla hasta el final de los tiempos. La sujetaba de la cintura, empujándola contra mi pecho para adentrarla en mi cuerpo. Su mentón rozaba mi mejilla izquierda, y luego la otra, como una gatita en celo se restregaba contra mi cuello. En cambio yo olfateaba su cabello, queriendo inhalarla por completo. Nos amábamos.